Por fin sonó el último bombardeo. En mis oídos retumban gritos de desespero. Los niños miran a un lado y a otro con inquietud y miedo a que volviera a comenzar. Las calles están bañadas de sangre. Criaturas que aporrean con asco y violencia a personas inocentes. Mi estómago ruge, tengo hambre, sed, sueño y malestar. Pero lo más importante, siento un dolor inmenso en el pecho, como un puño que atrapa mi corazón, y que poco a poco lo va rompiendo con el fin de hacerlo añicos. Otro bombardeo más. Puedo oler el sufrimiento. Cuando, de repente y en un abrir y cerrar de ojos, echo a correr hacia una dirección inexistente. Entre mis pies yacen miles de cadáveres ensangrentados. Aparto la mirada y la dirijo hacia el frente, traumatizado. Mis ojos explotan de lágrimas que caen por mis mejillas como dos furiosas cascadas. Mi corazón late a mil por hora. De pronto diviso un callejón entre la asustada muchedumbre que corría con el mismo fin que yo, ponerse a salvo. Me dirijo hacia el oscuro callejón, esperanzado de que este me fuera a proteger hasta que se acabara esta aterradora pesadilla. Me escondo detrás de un asqueroso y maloliente cubo de basura, del cual salen numerosas ratas asustadas arriesgando sus vidas. Otro bombardeo más. Escucho un extraño ruido de engranaje que me llama la atención y me hace girar la cabeza hacia la izquierda. Frente a mí, un soldado que me apunta con una simple escopeta. Solo puedo oír el sonido de mi corazón dando sus últimos latidos. A punto de que el soldado apretara el gatillo, recuerdo cómo me miró mi madre antes de recibir un tiro en la nuca a causa de un simple burka. Seguidamente pienso: “Esta guerra se podía haber evitado”. Después, el suelo se tornó rojo.
Un texto increíble, que retrata la inmensa tragedia. Felicidades, Anouk.
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